El sueño de Esmeralda Richiez

Esmeralda Richiez quería ser modelo y todo en ella concurría a ese fin: su risa dulce y cristalina, su piel limpia y transparente, su cuerpo deslumbrante. Estos atributos físicos, decorados por una chispa de inteligencia, anunciaban una modelo de pasarela, una mariposa sobre la tarima.

Podía soñar con ganar alas, volar alto y conquistar al mundo: sus condiciones le sobraban para eso y mucho más. A sus 16 años era dueña de su propio carisma, pero su destino tenía otros hilos, otros cauces, otras manos.

Si no podía consumar su anhelo de modelar, al menos podía ser una brillante profesional. Se estaba preparando para las jugadas traperas de la vida. Solo necesitaba un poco de suerte. Ella cursaba el 5to. grado de su bachillerato técnico en Servicios de Alojamiento, en el Instituto Agropecuario de Higüey, también conocido como el politécnico de La Cruz del Isleño. Como profesional podía laborar en empresas turísticas, hoteles, restaurantes y otras similares.

La menor hubiera querido terminar su educación formal para dedicarse al apasionante mundo de la pasarela. Pero el sueño se marchitó, y la flor Esmeralda acabó destrozada en su corta vida.

Fue allí mismo, en la escuela donde trillaba un futuro más cierto y venturoso, donde nació la desgracia. Nada en el politécnico indicaba un arranque de tragedia: no había presagio de dolor, ni vaticinio de sangre. Sin embargo, la maldad batía allí sus alas, se iba tejiendo a fuego lento, hasta estallar en una gran fatalidad.

Los días transcurrían con la monotonía de la vida campestre. Antes de las 8 de la mañana llegaba al politécnico, participaba en el izamiento de la bandera, y unos minutos después iniciaba las clases.

La despachaban antes de las 4 de la tarde. Era alegre, sociable, hermosa: una beldad vestida de escolar. El uniforme realzaba su glamour: debajo del polo shirt rojo brillaba la piel lozana, y el pantalón caqui filtraba el humo de sus piernas.

 

Ver video:

 

Tenía una pasola blanca en la que andaba largos trechos por calles y senderos. Así maduraba su adolescencia. Poseía destreza tecnológica: era capaz de poner en marcha cualquier celular. Hacía favores, era servicial y generosa: siempre estaba para los suyos.

Tenía ese afable y extraño don de pueblo. Había hecho sus estudios primarios en la Escuela Básica Camilo Castillo, una escuelita rural y apartada que está cerca de su casa, en Vista Alegre de Higüey. Luego ingresó al politécnico donde tropezó con John Kelly Martínez.

En abril, él cumpliría un año como profesor de Educación física. En un curso enseñaba ciencia Física.

Entró por concurso de oposición de Educación. Oficialmente nombrado, estaba en el primer año de prueba. En el politécnico sabía cuidar las apariencias: nunca disparó la alarma, no despertó sospechas. Era un maestro en el fabuloso arte de la seducción.

Aunque experto en matemáticas, John entró como profesor de Educación física. Hacía senderismo en bicicleta, estaba bien ejercitado y era un joven saludable. También pasó con éxitos un programa especial. Era licenciado y estaba cursando una maestría en Matemáticas para educadores.

Aquí estudió.
Aquí estudió.

Inteligente y calculador, se entregaba con pasión al estudio de los números. Se pasaba horas y horas masticando numeritos, sudando cálculos, resolviendo intrincadas operaciones matemáticas.

En un motorcito azul marino iba al centro educativo. Antes de ser profesor trabajaba en la playa. Forjó una buena casa. Se superó a sí mismo, pero nunca superó sus debilidades infantiles.

Le faltaba poco para ser un genio. Sin embargo, su mente brillante y maestra estaba atravesada por más de una manía. Una gran obsesión lo devoraba, sintiendo una incontrolable pasión por las menores.

Dicen que el escándalo con Esmeralda fue el último eslabón de una siniestra cadena de enredos prohibidos, de hazañas con menores. Traspasaba adolescentes que evitaban el escándalo para no sufrir la vergüenza pública.

De todo ese prontuario había salido ileso. Su matrimonio con una joven, y las dos princesitas que engendró, no habían podido refrenar las ansias de ese macho. La virilidad pediátrica era en él una corriente viva, una fuerza invencible y sobrehumana.


Siguenos en Youtube:

Dejanos tus comentarios sobre esta noticia!

Artículo anteriorTío de Esmeralda Richiez dice quién fue que la golpeó
Artículo siguienteMujer embarazada muere al volcarse jeepeta en Manabao